Praga: Enero de 2012
MI ASALTO CONTRA EL RESTO del mundo
comenzó exactamente hace dos años.
Lógicamente no haré mención directa del día en que mi vida tomó un giro
sin precedentes; estoy seguro que algunos de ustedes aun utilizan los dedos
para contar, y no quisiera tener que decir más de lo que debo. ¿Acaso es que un hombre no tiene derecho a
guardar uno que otro secreto? Y, hablando
de saber utilizar los dedos para contar, debo añadir –ahora que lo recuerdo– que
el asalto comenzó unos meses antes de aquel día; y para ser preciso, fue un
viernes en la tarde, a poca distancia del Museo de la Academia de Florencia. Y todo comenzó como siempre comienzan estas
cosas; casualmente, y con un “hola”. Debo
aclarar que el asalto comenzó además con una cerveza, en el Bar Regente, a poca distancia del arco.; aunque por alguna razón no
recuerdo su nombre. Lara y yo nos
habríamos peleado, como era usual al tercer día de cada encuentro; por alguna
tontería que habría dicho, o por algún gesto involuntario que le sugiriera
disgusto. Como hombre al fin me fui a la
calle, al bar; a buscarme un par de alas, un par de tetas, y en el proceso:
borrón y cuenta nueva. Fueron aquellos
los últimos días que viví creyendo que el destino era un lugar habitual.
Para entonces no me importaban mucho las respuestas que me recordaran la
verdad; y puedo decir hoy, con mucha
deshonra, que la utilicé; y que luego la dejé en el mismo lugar en el que dejo
a quien se cruce por mi camino por más de unos meses: en el olvido. Digamos que Lara formó parte de ese
abominable proceso que todos los hombres pasamos cuando nos dejamos llevar por
la razón y no por los instintos.
Mi asalto comenzó, como dije, con una
cerveza; la cual compartía con los seis “habituales” espacios vacios del Bar
Regente. Y una voz profunda, un
eco ensordecedor, un aleteo de trompetas voladoras a mí oído suspiró:
“¿sabes
que tenemos en común “la nada” y yo?”
“No. En realidad nada se me ocurre ahora.” Pause por un instante, forzándome a mantener
la mirada fija sobre el mostrador.
“Pero, puede usted deleitarse – a mí me sobra la soledad y el mal
gusto.”
“Bueno,
pues, te lo diré.” Respondió mientras me miraba fijamente, intentando
suspenso. “¿Sabes que tenemos en común
“la nada” y yo?” – En que ninguno de los dos tuvimos principio ni tendremos
fin.” Extendió su mano enorme y suave, y concluyó: “Mi nombre es Paö, también
conocido como el hijo de Dios; mucho gusto en conocerte.”
Habían transcurrido meses desde la última
vez que había tomado una copa. Aquella
noche cumpliría seis meses de estar sobrio.
Y me costaba creer que con tan solo una cerveza ya estaba alucinando.
(¿El hijo de Dios? Pero en que putos
líos me ando metiendo?) Se sentó a mi lado, y dedicó un instante a arreglar la
cortina de trapos polvorientos que vestía. Por su espesa barba y su gran cabellera
quemada por el Sol deduje que no sería una de esas “maricas atormentadas” que a
tales horas se aventuraban a ir de pesca.
Pero corto es el camino que te lleva del infierno al cielo, y mi
acompañante de la silla contigua logró hacerme creer en el paraíso nuevamente
cuando pidió una ronda de whisky. Aquella fue mi primera copa con dios; bueno,
debería decir: “Dios”. Él mismo me
corrigió luego de varios intentos fallidos por reducirle su rango. Y sacó de un
improvisado bolsillo en su sotana, una tarjeta color blanca. Aquella botella
habría costado una pequeña fortuna, pero Dios no se conformaría con menos;
pensé. Una tarjeta plástica blanca: sin
logotipo, numeración, o nombre –“una tarjeta de crédito Celestial”; me comentó mientras pagaba la cuenta.
Y como hombre al fin, decidí en secreto
buscar confirmación. Si hacían tan solo
seis meses desde mi última copa, y ya estaba alucinando; pensé: “A este macho
le hago pagar por mi borrachera, por un par de putas italianas, y luego lo
desenmascaro.” Se dio un sorbo, fruñó
el ceño y le pregunté:
“¿Qué
se siente ser Dios?”
Me
respondió:
“El
hombre, desde el principio de la historia, siempre ha mirado hacia arriba en
busca de respuestas. Alguien tenía que
hacerse cargo. Ahí entro yo.”
“¿A
qué se refiere cuando dice: ahí entro
yo?, le pregunté.
“Ustedes
no podrían sobrevivir en un lugar sin orden, sin un líder. El hombre por naturaleza necesita ser
dirigido; más bien vigilado.” Me sirvió
otra copa, y pude ver ironía en sus ojos; continuó: “ya van dos copas y dos
preguntas, mi querido amigo. Le aconsejo
que piense mejor antes de preguntar; solo le quedan cuatro más.”
“Ya
veo que para usted tan solo somos números…”, añadí.
“Cada
cual hace lo que tiene que hacer para sobrevivir, ¿no lo crees?", me confirmó.
“Entonces…
solo dedujo que como el espacio vacío arriba de cada uno de nosotros se
encontraba vacío, debía usted ocuparlo,
¿no es así?"
“Yo
no deduje ni tampoco he hecho nada. Tal vez esa pregunta debió habérsela hecho
a algún Cardenal, o algún Imam, o a algún Rabino. Verás; yo no los creé a
ustedes, como dicen los libritos esos, yo soy solo un gran invento, la única
herramienta que garantiza el control del hombre.” Se dio otro sorbo y añadió: “Debo recordarle
que le restan tres copas y tres preguntas.”
“Y
si usted no existe, si solo es el resultado de la gran imaginación de algunos
hombres que buscaban poder; ¿cómo es que está usted aquí?”, le pregunté.
“¿Qué
te hace estar tan seguro de que en realidad estoy aquí? ¿Y si solo fuera el producto de tu limitada
imaginación atrofiada por las copas, o peor aún, por la fe?”
“Una
pregunta no se contesta con otra pregunta”, le contesté. “Usted
no tiene moral; debería desenmascarar a todos esos cretinos.”
“¿Y
arriesgar así mi propia existencia? – le quedan dos preguntas…”
“Dígame
usted, dios, ¿Por qué permite que nos matemos unos a los otros en su
nombre?” Se tomó un gemelo de whiskey
(dos sorbos de un tiro) y respondió:
“En
estas cosas divinas, en los asuntos de fe; es más importante la sobrevivencia
que la influencia o la convivencia. No
conozco a nadie que esté dispuesto a regalar lo que con tanto esfuerzo ha
construido. Además, a ustedes les
fascina apuntarle con el dedo a lo que sea que pueda responder las preguntas
que les aterra contestar: que no hay dios, ni dioses, ni legiones de demonios;
que solo son eso, hombres, el producto de billones de años de evolución, y no
el resultado de algunos milagritos, o de unos pares de milenios de
creación. Que el dos por ciento de la
población de mundo controla el otro noventa y ocho por ciento. Que soy solo un mal truco, un conejo que
salió de un sombrero del que se supone salieran palomas. Una palomita blanca que una serpiente se
tragó. Y ahora, ni el simple hecho de
negar la Fe, como lo has hecho tu, no
los salvará de la llamas eternas de la hoguera.”
“¿Me
acusa de soberbia? ¿Acaso ésta es su
única defensa? No sea cobarde y
defiéndase como un hombre, y déjese de mariconadas. Dígame: ¿es usted real, o solo una
visión? ¿Acaso es usted un oasis en mi
subconsciente, otra treta del alcohol?”
Y una voz profunda, un eco ensordecedor
que ahora se alejaba murmuró:
¿Sabes
que tenemos en común “la nada” y yo…?
Tres días después de aquella velada abrí
los ojos, y Lara estaba allí, a mi lado.
El Sol le iluminaba mi lado favorito de su rostro; e intentaba
disculparse en portugués por algo que no recordaba. Le hablé sobre mi encuentro con el misterioso
Paö, y no salía de su asombro. Le
expliqué que no había tenido suerte en lograr que me contestara una última
pregunta; que se había ido a la fuga en cuanto le solicité una confesión. Y que no terminó siendo el gran hombre de
palabra que se decía que era. De un bolsillo en mi chaqueta sobre el
escritorio sacó un pedazo de papel. Su
rostro se torno rígido, frio; y me preguntó:
“¿Desde
cuando comenzaste a embriagarte nuevamente?"
Admito que es mucho más fácil mentirle a
Dios que a una mujer, y que las consecuencias son menos nocivas. Luego de una dolorosa recuperación, de haber
logrado lo imposible: seis meses de sobriedad;
me gocé doce copas de whiskey, y fui tan ingenuo de culpar al “hijo de
Dios” y a su voluntad. Para entonces
ignoraba que para convencer a una mujer se necesita más, mucho más que un plan
divino. Fue en ese momento en el que
decidí que viviría mi vida como lo que ha sido, como el efecto de millones de
años de intentos y errores; como me dijera el mismísimo Paö:
“A
vivir, que el presente es la única eternidad posible.”1
Y
antes de que lo olvide: “¿Saben que tiene en común Dios y la “nada”?
“Que
ninguno conocerá el fin, pues ninguno conoció el comienzo.”
Palabras
de dios…
“¿Qué les puedo decir?”
________________________
1. A vivir, que el presente
es la única eternidad posible. (Cita. Autor:
Lisa Pfister)
________________________
No comments:
Post a Comment