2.8.11

Pròfugs de Barcelona





Cuando terminé de escribir Prófugs de Barcelona, como se ha convertido en costumbre luego de finalizar cada relato, encendí las luces y el estéreo.  Algún tiempo atrás, la rutina jubilosa del Jazz en la terraza hubiera sido acompañada de un cigarrillo y algunas copas; quizás, hubiera incluso accedido a la plática ocasional con algún amigo de esos que hacían siglos que no veía y que por alguna razón acostumbraban a telefonear tardísimo en la noche, cuando menos lo esperaba.  Algún tiempo atrás, pero esta noche no.  Cuando finalicé el relato que contaba la historia de Sofía, cual es la mía,  encendí las luces de mi estudio y las volví a apagar. Algún tiempo atrás la rutina de revisar algunos manuscritos bajo la pobre luz de la luna me trajo cierto sentimiento de confianza, sabría que todo lo que me forzaba a releer lo había escrito como debí.   Algún tiempo atrás, pero esta noche no.   Cuando encendí las luces y mis ojos alcanzaron a leer las primeras líneas del texto que sostenía, lo  entendí. Algún tiempo atrás habría sonreído,  sonreído como un diablillo, me hubiera causado risa la intriga de reaccionar así ante algo que yo mismo había escrito, algún tiempo atrás, pero esta noche no.    Desde siempre, y con el fin de poder contar historias, he recurrido a la sutil vulgaridad de apropiarme de lo que no es mío, y no me refiero a nada que pueda o haya sido creado por el hombre, hablo de vidas.  Y no, no le he quitado la vida a nadie, no me refiero a la vida que el hombre –aunque muchos así no lo entiendan– puede dar, y la cual también desafortunadamente ha aprendido a quitar.  Hablo de vidas como todo aquello que la conforma y que le da color, y que solamente nosotros podemos transformar: las experiencias, los momentos, las pasiones, los sueños, los deseos y los secretos; por mencionar algunos.    Siempre se me hizo relativamente fácil escribir cualquier historia ya que siempre tuve accesible en mi pequeña “caja”  las vidas de otros, con las que jugaba a mi antojo con el único fin de construir ideas, personajes, relatos, e incluso hasta mis memorias, las que se supone narren mi propia vida. 

     Muchos quienes se dedican a las letras aceptan esta práctica y la declaran como esencial, pero en mi caso, a diferencia de todos ellos, no he sido necesariamente quien se sienta en algún Café a la orilla de cualquier calle en busca de alguna historia que contar. Yo me he aventurado, y debo admitir que incluso me he forzado a llegar un poco más allá, teniendo la desfachatez y el descaro de meterme en la vida de otros.  Y mientras intento tomar control de sus pasos, influir en sus decisiones y reconstruir sus emociones; a medida que hago de sus tiempos los míos y mi proximidad afecta cada vez más y de cualquier forma sus días, me robo sus vidas y me lanzo a la fuga.   Quizás por eso es que recientemente se me ha hecho tan difícil escribir; bueno, no debería decir que se me ha hecho difícil hacerlo, lo difícil ha sido poder escribir luego de haber roto mi relación con este hábito de efectos narcóticos. 
  
     Pero cierto es que no siempre las cosas nos tocan como queremos, o como pensamos.  Incluso cuando creemos tener la capacidad de influenciar todo lo que nos rodea, no tardamos en advertir que siempre existe un espacio imposible de penetrar.   Y porque me encontré cara a cara con ese espacio que creí imposible de penetrar cuando comencé a revisar el manuscrito de Prófugs de Barcelona, inmediatamente después de encender la luz, la apagué.  Me olvidé del Jazz, de la luna en la terraza, y de la botella de vino blanco para celebrar, la cual hasta hoy se mantiene cerrada sobre el escritorio.  Fue en ese momento, en el que me disponía a deleitarme una vez más con las palabras que escribí manoseando los residuos de otra vida cuando escuche su voz, que también era la mía.   En la oscuridad de mi estudio, la única fuente de luz provenía de la pantalla del ordenador.  Unos espacios más abajo, en lo más profundo, oscuro e inaccesible de un cajón,  hoy descansa Prófugs de Barcelona, relato, que por si aun no lo han entendido, no será publicado ni leído por otros ojos que no sean los míos.  Como mencioné anteriormente, no siempre las cosas nos tocan como quisiéramos, y al menos hasta hoy no sé como enfrentarme a la realidad tan íntima de las palabras que escribí cuando intenté contar la historia de Sofía y terminé encontrándome a mí mismo.  Y utilizo la palabra descansa ya que soy un cobarde de mierda a quien le cuesta admitir que éste relato lo escondí en el lugar en el que sé que jamás volveré a buscar, porque no tengo valor, porque detrás de mis manos, detrás de esta ultra-imagen trabajada y debajo de esta piel, no soy más que un miedoso de mierda. 

Escribí

     Escribí sobre Sofía y de como sus labios resecos conservaban el color más oscuro del Jeréz.  Escribí sobre el sabor de su boca, la cual sabía a uvas blancas fermentadas y a resignación.  Me atreví a describir su rostro, el cual le pesaba mientras subía la mirada para contemplar brevemente a través de su ventana y por última vez la vieja calle vacía que la adornó, que le sirvió de antesala y confirmación; transformando las migajas de su última sonrisa en desdicha y espera.  Fui tan déspota que incluso creí acertar cuando narré sus mañanas con mis rebuscadas descripciones. He sido tan pedestre, que la describo despertando recordándome, compartiéndome con el primer rayo de Sol que se colaba entre las cortinas.  Y con la retorica vacía y trillada de los escritores colegiados que no escriben nada más que mariconadas, terminé  Prófugs de Barcelona, mi mejor y peor intento por hacer lucir todo lo que me rodea perfecto, ya que nada dentro de mí lo es.   Este relato no descansa, ni lo guardo cuidadosamente porque realmente valga la pena, este relato lo oculto y lo silencio porque como tantas otras cosas que he pretendido olvidar, me quitan la preciada máscara con la que cubro mi rostro y mil otras cosas más.   Escribí sobre los nueve días que pasamos juntos, caminando lado a lado por la Rambla, en el corazón de Barcelona; escribí sobre el timbre de su voz al murmurarle un vals a los fantasmitas del Parc Güell,  e hice un carnaval de su cintura desnuda, y de mis manos amplias, las mismas que ella solo imaginó mojadas por la lluvia que cada mañana caía, y que se interponía entre sus deseos y su espera.   Sí, fui tan torero que dediqué mas de cien palabras a lo inesperado de aquel encuentro, al sabor del sudor de su cuerpo amarrado al mío, al sonido de las confirmaciones de amor que no entendía, escribí de su viaje desde el norte, del mío desde el sur,  de un encuentro indefinible y de las canciones que se escuchaban de fondo. Pero la realidad fue y es otra,  algún tiempo atrás tal vez engañaría a todos con otra historieta robada de las vidas de otros, incluso a mí mismo, algún tiempo atrás, pero esta noche no.
  
     Si quisiera, incluso ahora que escribo esta carta, podría hacer un último intento desesperado por lograr que quien la lea encuentre en ella algunos rastros de arrepentimiento o de dolor por lo que hice, pero esta noche se me haría muy difícil lograrlo pues no tengo de quien hablar.  Nunca aprendí a explicar, nunca quise entender y menos aun, nunca me permití mirarme por dentro de la misma manera que lo he hecho como hasta hace algún tiempo lo hice con todo lo que me rodea.  ¿Cómo explicar lo que no se conoce?   ¿Cómo hablar de lo que conoces pero pretendes ignorar?

   Hoy no me esconderé detrás del vino, hoy no fingiré júbilo, ni disfrutaré el monstruoso ruido que es el  Jazz, y me olvidaré de la luna en la terraza. Hoy voy a ignorar las llamadas de mis amigos, y las llamadas de los que no son tan amigos pero que aun así los someto al mismo ritual de los discursos nauseabundos sobre literatura y de vivencias que ni siquiera a mi me importan.  Hoy no cambiaré la mirada al pasar frente al espejo y encenderé todas las luces.  Hoy decidí quitarme las plumas, a las que por tanto tiempo he recurrido para disfrazar mi carne, para esconder quien realmente soy, y con las que cambié mi forma de hombre para convertirme en lechuza. 

Prófugs de Barcelona, que gran estafa! 

     Una historia más que imaginé, otra historia que robé, otro cuentecito con el cual arrastré por los cabellos a quien se apostó doble aun sabiendo que perdería.  Un encuentro más al que falté, una carta de despedida escrita sobre una servilleta mojada sobre el suelo, el puñal que atravesó la carta que traía el mensajero agujerando mi nombre. 

     Ella regresó al norte y yo caminé a solas las mismas calles que ella caminó por unos días más después de su partida.  Y cada vez que me pareció encontrarla, como sucedió tantas veces, bajé la mirada, subí el cuello de mi chaqueta y con paso apresurado desaparecí entre la gente.

¿Cuándo fue la última vez que alguien me vio?  

     Hoy le doy gracias a la vida porque aun la conservo, aunque no como quisiera.  Aquel paisaje que compartimos aun estando a solas todavía me persigue, y aun cuando he aprendido a extender la duración natural de cada día, nunca he sido capaz de recuperar  aquellas nueve tardes.  Nunca nos hemos mirado a los ojos pero nuestros cuerpos no conocen la distancia.   De aquella habitación, ella conservó el deseo y muchas historias que solo soñó.  Yo en cambio guardo algo más, mucho más que otra vida robada, pero estas son las cosas que le dejo al silencio del cajón. 
                         
     Por mucho tiempo me he rehusado a vivir, y he vivido mi tiempo como si fuera de todos y de nadie.  Y aun cuando reconozco que elegir limita grandemente las opciones, y que mientras opte por no hacerlo todo permanece posible; lo dejaría todo, viajaría en el tiempo y regresaría a Barcelona, a la Barcelona que no tuvimos, a la Barcelona que le negué.  Y dejaría de ser el prófugo de Sofía, quien es el prófugo de sí mismo…  


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We cannot go back, that's why is so hard to chose. 
You have to make the right choice, but as long as we don't chose,
everything remains possible...  -Jaco Van Dormael



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