14.8.11

Tres Putitas y… ¡Salud!




Si mal no recuerdo, desde muy temprano en mi vida siempre fui víctima de la maldición de los segundos lugares; y todo comenzó al nacer.  Fui el segundo de un numeroso clan de seis: tres hermanos y dos hermanas.  Cuando nací, fue tal mi mala leche, que no solamente fui el segundo de mis hermanos, sino que incluso, de las dos mujeres que compartían aquella habitación y gritaban al unisonó mientras traían sus bebes al mundo -y de las cuales una era mi madre- también tuve la suerte de ser el segundo en nacer.   El niño que nació en la cama conjunta a la de mi madre, dio sus signos de vida rápidamente al nacer; lloró con tal ímpetu y determinación que todos los presentes, incluso mi madre, quedaron deslumbrados.  Yo en cambio, nací en total silencio. Habría sido frustrante para mi madre, quien luego de ganar la ardua competencia de gritos y de tiempo de parto; llego yo, en segundo lugar, con menor tamaño y menor peso, con menos cabello e incluso con el descaro de nacer dormido.

Durante mi niñez, aunque fui un chico bastante aplicado y activo, esto no sirvió de mucho a la hora de pararnos al podio mis compañeros y yo luego de cualquier competición.  Siempre fui el chico de plata, el de un escalón más abajo; quien tuvo que conformarse con mirar uno o dos niveles hacia arriba para contemplar el autentico brillo de la victoria.  Mi hermano mayor, el más hijo de puta de todos los adolecentes con los que me topé, solía hacer de las burlas un espectáculo de proporciones inhumanas.  Y aunque nunca se esforzó mucho por nada, si lo hizo a la hora de recordarme mi lugar, mi destino, cual fue siempre llegar segundo.  Luego de finalizar cada ceremonia de premiación en cualquier evento que participé, cabizbajo, aprendí a lidiar con su risa y con sus canciones de burla, las cuales cantaba a viva voz al lado de mamá, quien se las arregló inútilmente para esconder una que otra risa.

"Tres Putitas, no hay remedio, y la más putita es la del medio…"

Esa fue su canción de burla predilecta.  En ocasiones incluso comenzaba a cantarla en silencio desde las gradas; y yo, desde el habitual segundo lugar del podio le alcanzaba a leer sus labios.  Cantó cuando llegue en segundo lugar en mi graduación de sexto de primaria, en la premiación de los niños exploradores, en el concurso de disfraces en primero de secundaria, cantó en las competencias de atletismo de la preparatoria e incluso, aunque no pudo asistir a mi graduación de la facultad, se las ingenió para enviarme una carta en la cual se burlaba entre patéticas aunque ingeniosas prosas.  Un cantante hecho poeta, el hijo de puta de mi hermano.   Pero no sería así por mucho tiempo, o al menos eso pensé.  Con la determinación y el espíritu de cualquier recién graduado, todos mis compañeros de la facultad hicieron lo que menos se podría esperar.  Y los que no se amarraron a cualquier empresa de prestigio que los empleara para servir el café, se casaron son sus despampanantes novias en un apresurado intento por alcanzar la libertad y la autarquía.  

Fue unos meses más tarde de haber terminado la facultad, aun desempleado y mientras me encontraba platicando con mi mejor amigo Leonel en el bar que solíamos frecuentar a unos pasos de la universidad, el momento donde entendí que ser el segundo no había sido tan malo como creí.  Leonel y yo nos hicimos inseparables desde niños.  Crecimos juntos, fuimos a los mismos colegios y compartimos incluso algunas novias.  Y es que lo más que me gustaba de su compañía era saber que nunca me miraría como menos. Para él, yo nunca estaría en el escalón de abajo, ya que mientras yo fui pisoteado por llegar siempre en segundo lugar, el lo fue por llegar tercero.  Fue además allí donde decidimos hacer con nuestras vidas todo lo contrario a lo que nuestros compañeros de estudio habían hecho.  Aunque sus estudios fueron dedicados a los números, el sueño de Leonel siempre fue convertirse en músico.   Mi sueño… bueno, el mío fue huir.  Unos días después, y como fuera previsto, ambos escribimos cartas de despedida el mismo día que salíamos del país.  Leonel le escribió a sus padres, con los que para entonces residía; yo en cambio le escribí a mi segunda novia, con la cual compartía un piso, uno que otro sueño que fueron más de ella que míos y muchas otras cosas más.  Y así fue como nos encontramos con Madrid, con el Madrid del 97’, con aquel Madrid de las pesetas que adoramos, en el corazón del invierno.   

El aeropuerto de Barajas nos recibió poco antes que el taxista que nos llevó hasta La Puerta del Sol.  El mismo taxista que se cagó en nuestras putas madres extranjeras al no acceder a darle una propina.  Lo que el taxista ignoraba, cuando sin pedirlo nos dio unas vueltas de más por el centro de Madrid, era que aquella sería mi segunda visita a esta ciudad.  Después de todo, no es tan malo llegar segundo, pensé.  Con cien maletas cada uno y poco abrigados, caminamos unas cuadras hasta que una colorida bandera sobre de un pequeño letrero nos dio la bienvenida; y no exactamente la bienvenida que Leonel esperaba:  Hostal Puerta del Sol - Gay Friendly.

Luego de registrarnos con Antonio, el encargado de la recepción de ojos profundos y  oscuros y de pantalones vinil, Leonel enterró su rostro en el suelo mientras caminaba hacia la habitación que compartiríamos por varios meses.  Yo le seguí de cerca, intentando esconder una sonrisa.   Aunque nunca lo confesó, no era noticia que Leonel nunca había estado con una mujer.  Con un caminar inusualmente pesado mientras nos dirigíamos la habitación 312, tal vez pensaría que sería más difícil perder su virginidad desde “Las oficinas centrales de la comunidad Gay de Madrid”.  Una vez en la habitación, Leonel se adelantó en escoger la cama próxima a la ventana, la cual también estaba más lejana a la puerta.  Y luego de un extenso y críptico silencio me preguntó:

-¿No pudiste encontrar algo mejorcito a un hostal con bandera de arcoíris en la fachada?



Fue más fácil de lo que pensé explicarle que dado a nuestro limitado presupuesto y a la duración de nuestra estancia, la proximidad del hostal con el corazón de Madrid tendría beneficios mayores en comparación al colorido banderín o su filosofía de mercadeo.  Y aunque accedió a quedarse con aparente calma, aquella primera noche la durmió completamente vestido, bajo tres cobijas y detrás de la cortina del baño.  La mañana siguiente decidimos ir a caminar para familiarizarnos con la ciudad que nos serviría de hogar por los próximos meses. 


La helada lluvia de la mañana que nos recibió a la salida del hostal nos hizo entender que entre todas las cosas que habíamos tirado a toda prisa en nuestras maletas, habíamos olvidado empacar para el invierno.  La fría mañana mezclada al olor de pan dulce y café interrumpió mi silencio, y mientras aun inmóviles frente a la estatua de Carlos III en el centro de la plaza le pregunté:

-¿Cervezas y tapas?

Tal vez los efectos del clima no le afectaron de igual manera a Leonel, ya que inmediatamente me contestó con otra pregunta, mientras comenzaba a caminar decisivamente:

-¿Vino y  putitas?


Afortunadamente, aunque no por mucho tiempo, logré hacerle cambiar de parecer mientras caminábamos en busca de algún lugar donde comprar algo mas abrigado para protegernos del frío que poco a poco ya se hacía notar, sobre todo en nuestras entrepiernas.  Poco después de advertir que habíamos caminado en círculos por varios minutos, decidimos preguntarle a la primera persona con quien nos topáramos por direcciones.  Así fue como conocimos a Carmen, detrás de un vestido polvoriento y un cabello liso y descuidado el cual le cubría la mitad del rostro; con la mirada perdida y descalza, sentada a unos pasos de la entrada de El Corte Inglés.  

-¿Un poco desalineada pero esta buena, no?   -Anda, acércate y pregúntale.  

A medida que me acercaba, ella se puso de pie y mantuvo sus ojos fijos en Leonel, quien a poca distancia aun la acechaba con la mirada de León hambriento. Carmen era muy alta para ser española, su trasero muy amplio para ser belga, y de cerca, demasiado hermosa para ser vagabunda.  Con gran serenidad, de su bolso sacó un par de botas vaqueras agujeradas y accedió a mostrarnos la ciudad sin pedir nada a cambio.  Caminamos durante largas horas por el centro de Madrid los tres, y antes de despedirnos, aceptó nuestra invitación a cenar.  Carmen resultó ser, para nuestra sorpresa, una magnifica acompañante y una gran conversadora, e incluso, luego de preguntarle por algún establecimiento donde pudiéramos hacer llamadas internacionales, insistió en llevarnos.   Nos aseguró que conocía un lugar  a poca distancia del hostal donde nos hospedábamos, el cual además sería de gran interés para Leonel, quien luego de varios intentos infructuosos por llamar su atención, dejara claro que no se había desprendido de su misión.  Perder la virginidad en Madrid.    

Los apenas 100 metros de aceras y adoquines que son La Calle Montera se confundirían con cualquier otra calle del centro de Madrid si no fuera por su particular paisaje de jeans ajustados, minifaldas en piel, pechos semidesnudos y botas negras altas.  No faltó mucho para entender las pretensiones de Carmen cuando juró que le cambiaría el rostro sumido a Leonel;  y así fue.   Aquel paisaje recogía de manera inusual mis intereses profesionales más anhelados.  Como recién graduado en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, encontré fascinante aquel estrecho de calle repleto de tantas nacionalidades e idiomas. Y mientras Leonel seguramente realizaba cálculos matemáticos con cada cuerpo que se nos cruzaba en frente, yo no paraba en mi asombro.  La Calle Montera era el centro mercantil y de intercambio internacional del producto más consumido en el mundo: el sexo. Era la mejor evidencia de que bajo las sombras de las “Naciones Unidas”, si existía el mercado justo.  Una vitrina de cien metros en cada lado que exhibía “lo mejor” de cada rincón del mundo.  Hacia un extremo las Africanas, la mayoría de Nigeria.  Al otro lado las de Europa del Este, un poco más abajo las de centro y Suramérica, y entre todo aquel mar de cuerpos, con gran discreción, las españolas; las favoritas de Leonel, que como era de esperarse de cualquier buen economista prefería las de producción local.    Su rostro decrepito y vacio de emociones se había transformado en el de un niño al centro de un local de golosinas.   Carmen se despidió con una sonrisa y desapareció entre la gente.  Un largo rato después, regresamos a nuestra habitación luego de haber olvidado llamar a nuestros familiares y no pasó mucho tiempo para que mi amigo me dijera:

-Tenemos que regresar  -Me dijo en tono ansioso-  Nos arreglamos, buscamos un cajero automático y después de unas copas, a vivir!


Accedí.  Y un rato más tarde regresamos a la misma calle donde minutos antes, con gran descaro, habíamos hecho una prueba de campo para identificar a las españolas entre todas ellas.  En el bar, solo tomamos una copa; lo que alcanzó para discutir nuestro plan.  El se encontraría con Penélope, la chica de cabello largo y rizado, de rostro angelical y ojos verdes con la cual había acordado.  Yo le esperaría en un bar cercano, donde tomaría unas copas e intentaría relajarme luego de aquel largo día.  Le acompañé hasta el lugar del encuentro y pude notar la excitación en el rostro de Leonel, quien caminaba a toda prisa.  Luego de dejarle con Penélope, quien de cerca lucía más joven y hermosa de lo que anticipé, caminé cuesta arriba y al final de la calle, una imagen me regaló la visión más cruda de aquel mundo. En la acera de la izquierda, a unos pasos del bar a donde me dirigía, un anciano se apoyaba con una mano sobre un bastón, mientras con la otra frotaba los genitales de una chica de aspecto aniñado. Aun consternado por aquella imagen, busqué refugio en un bar donde me pedí una botella de vino.  Y unos sorbos antes de acabarla, el rostro más hermoso que jamás había visto me interrumpió:

-Hola guapo; ¿Me invitas una copa?

-Disculpe, pero honestamente no estoy buscando…

-Sé lo que piensas:  que soy puta como las de allá afuera.  Estas solo, yo estoy sola y… ¿Desde cuándo la compañía es un crimen?  Además, no soy puta, te lo juro!  -Su afirmación vino acompañada de un gesto errático que se asimilaba a una cruz-.

Debo admitir que su confirmación y su rostro lo hicieron más fácil.  Y poco después platicábamos entre copas sobre la vida y la soledad.  Su acento era marcado pero no importó mucho.  Las cosas de la vida, pensé. La mujer más interesante y hermosa que había conocido en mi vida a mi lado, y no era como las de afuera.  Copas y mas copas, una ocasional caricia en el rostro y yo manteniendo la postura.  Así se nos fue la hora,  y le pedí que me esperara mientras salía a buscar a mi amigo.  Ella sonrió y se excusó para ir al baño.  

-Disculpe amigo, la cuenta por favor.

Como pude ser tan imbécil.  Solo me tomó un segundo para darme cuenta de lo que había sucedido.  Aquella realización me dejó muy claro que no era tan guapo o tan inteligente como me contaron; y el golpe fue de 46,500 pesetas, un equivalente a 300 euros.  Trescientos duros por dos botellas de vino de segunda y por la compañía de una rumana de tercera, quien ni siquiera tuvo la cordialidad de llamarse puta.  Pero luego de las lamentaciones me llegó la hora de ir por mi amigo quien seguramente la habría pasado de maravilla; con una fracción de lo que yo había pagado por nada, y con un ejemplar local de primera, o eso creí.   Los gritos y la conmoción a unos pasos del pequeño edificio donde una hora antes Leonel había entrado con su cita me alarmaron; y no llegué a tiempo para atrapar su cuerpo cuando lo lanzaron desde adentro hasta la acera, descamisado y con los pantalones a la rodilla.   Aun con el cuerpo pintado de lápiz labial, lo último que Leonel alcanzó a besar fue el suelo empedrado de La Calle Montera.  Y mientras hacía un intento por levantarse, la puerta se cerró detrás de el.  No siempre es bueno ser el primero; esto lo aprendimos de camino al hostal.  También realicé que después de todo, había sido afortunado y que no me había ido tan mal como había pensado.  

Cuando los chulos intervinieron con Leonel, éste le pegaba una paliza a su cita, quien resultó ser más Pedro que Penélope; y lo cual no le tomó mucho tiempo advertir cuando se dispuso a quitarse la venda con la que le habían cubierto los ojos.  Cuando la venda cayó al suelo, a Leonel le dio un ataque de nervios y fue poseído por el mismísimo demonio al ver que a Penélope, quiero decir, Pedro, le colgaba mas piel e desde la entrepierna y que sus pechos no eran pequeños y firmes como creyó, más bien eran los pechos de un hombre.  Leonel se mantuvo callado por largas horas después de haber regresado al hostal.  Quizás, el banderín de arcoíris en la entrada no le había venido bien luego de aquel encuentro.  Y como pretender entender las emociones de un hombre el cual nunca ha estado íntimamente con una mujer, y cuando finalmente la vida y 10,000 pesetas le regalan esa oportunidad, choca con la cruda realidad de que cuando se busca comprar amor, nada es lo que parece.  A mitad de la noche y visiblemente destruido, Leonel al fin me habló:

-¿Me acompañas por unas copas?  No quiero pasar un instante más en este lugar…

Aunque no intercambiamos palabras, la caminata hasta el bar fue agradable.  Las calles del centro de Madrid estaban desiertas y esto nos trajo la sensación de que caminábamos solos, de que todo aquello era nuestro y que éramos invisibles.  Muy lejos de La Calle Montera encontramos un pequeño bar el cual estaba vacío.  Nos pedimos unas cervezas y regresamos al silencio. Y por un momento me pareció escuchar la voz de mi hermano, burlándose, cantándonos.  Un minuto más tarde, un anciano con bastón se nos unió en la oscuridad.  Y mientras pedía una copa de vino tinto se detuvo a mi lado, y alcancé a ver nuestro reflejo entre las botellas frente al espejo al otro lado bar.  Leonel en un extremo y el anciano al otro, con una mano en su bastón, y sonriente con la otra en sus genitales.  Con la misma mano con la cual acariciaba sus genitales tomó la copa de vino y la levantó.  Yo volví la mirada al espejo y no pude evitar ignorar la voz que desde muy adentro me cantaba:  "Tres Putitas, no hay remedio, y la más putita es la del medio…" 

<<Suspiré>>.  Suspiré en el mismo momento en que el anciano bajo su copa y se volteó hacia mí, y con una voz rasposa me grito al oído:

-Por las putas y por la salud!

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1 comment:

  1. Te saluda otra segundo lugar desde México,
    en lo personal, adoro estos hallazgos tan afortunados, en verdad me gustó tu post!
    será que me dejas publicarlo obviamente citando tu autoría, en mi blog? :)
    Créeme, sé lo que se siente ser segundo en todo, yo también lo he sido, segunda hija de 3 hermanas, segunda en la escuela, segunda en los deportes, segunda en la carrera, segunda con mi pareja... carajo!

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