19.4.12

SILBIDO GITANO




A mi madre: comunicadora del más allá.


LA VIEJA, CON SUS VERDES OJOS, saltones y tremebundos, me contó la historia de Silbido Gitano.  Y me contó, con su habitual seseo, de la noche en que éste se le apareció en el asiento trasero del auto mientras conducía hacia el hospital con dolores de parto, con mi cabeza ya visible entre sus piernas.  Me dice –y en ocasiones se ríe con la mirada, como una niña– que aquella noche llovían ranas, que se pasó tres luces en rojo, y que el hijo de puta de mi padre había salido en un viaje de negocios, y que le tomó treinta años encontrar el camino de regreso.  De repente, unos ojos oscuros se cruzaron por el espejo retrovisor, y ella, del gran susto, gritó tan fuerte que salí disparado de su cuerpo y caí entre sus pies.

“¿Qué quieres?”, le preguntó la vieja. “¿Quién eres?”, concluyó.

“Silbido Gitano”, le contestó el espectro. “Y lo que quiero es muy simple: quiero el cuerpo de su hijo.”

“Ya veo…”, añadió la vieja, ya menos asustada. “¿Y desde cuando buscas volver?”

“Verás…”, titubeó Silbido.  “Hace unos minutos nuestro auto se accidentó. Mi mujer y yo morimos, pero nuestro pequeño hijo sobrevivió. Un auto a toda velocidad se nos atravesó de frente. Y me gustaría quedarme por algún rato, bueno, por el tiempo que el cuerpo de su hijo me lo permita, para ver crecer el mío, que lo ha perdido todo.”

La vieja me cuenta que lo miró fijamente a los ojos, azules y atormentados.  Que los harapos que vestía estaban ensangrentados, que había nobleza en su arrugado rostro, y que finalmente aceptó. Cuando despertó, me cuenta que un doctor joven y guapísimo me colocó sobre su pecho.  Y que éste le preguntó:

“¿Cómo se llamará el niño?”

Y por entre la puerta perniabierta, unos ojos le pedían con clemencia llamar su nombre, y regalarle mi cuerpo; ya que había sido ella quien le arrancó con sus manos el suyo. 

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